domingo, 23 de septiembre de 2007

José Manuel Santos - Un gran Obispo

Leyendo El Mercurio (miente pero es necesario) me entere por la sección cartas al director de la muerte de Monseñor José Santos Alcazar. Daba la noticia Monseñor Alejandro Goic, Obispo de Rancagua. Expresaba en esas líneas una pincelada sobre la rica y fructífera vida del prelado, quien en los últimos años ingreso como fraile carmelita.

Hablar de Monseñor Santos es recordar un periodo terrible en nuestra historia reciente; violaciones a los derechos humanos, dictadura, falta de libertad, represión y otras expresiones que caracterizaron el régimen de facto de Pinochet.

Pero también es recordar con gratitud a tanto sacerdote empezando por el recién fallecido Santos que dieron todo para defender a los más pobres y sufrientes. Como olvidar al Obispo Enrique Alvear, Fernando Ariztia, Don Santiago Tapia, el Cardenal Silva Henríquez. Como olvidar a tanta religiosa extranjeras y chilenas que entregaron sus energías acompañando a los pobladores.

Ha muerto un hombre sabio, de fe, profundo, profético. Ha muerto un imprescindible a quien hombres de fe y no creyentes lo reverenciaron porque vieron en él a un discípulo de aquel que amo al cobarde y la prostituta. Que llevo consigo al ladrón arrepentido.

José Manuel salvo la vida de muchos. Levanto su voz –aunque clamara en el desierto- para que los verdugos cambiaran de actitud.

No se si sus funerales fueron masivos. No se si las autoridades le rindieron el honor que merecía. Pero si no fue así, tengo la alegría que el señor – su señor- lo llamo a su reino, a verlo cara a cara, a gozar del rostro del Padre.

Desde estas letras, mi homenaje al amado pastor. El fue parte de esa Iglesia que me cobijo cual madre ante el niño desvalido. De esa Iglesia que amo cuando explicita su amor y defensa de las mas sencillos. La Iglesia que hoy habla por Goic defendiendo a los trabajadores.

Chile debe un gran homenaje a esa iglesia, a los sacerdotes obreros, a las religiosas insertas en el mundo popular. Ellos y ellas fueron el rostro maternal ante un pueblo que sufría, hambreado, doliente.

Solo un mal nacido no reconoce que los brazos abiertos de la iglesia salvaron miles de vidas y curaron las heridas de los que estaban a la vera del camino.

Soy un hombre de izquierda y desde allí mi homenaje.

Compañero José Manuel Santos, Gracias ¡Hasta la victoria siempre!

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